En los últimos tiempos, al comenzar una entrevista, nos suelen preguntar quien era Luis Ruiz de Aguirre Sancho de Beurko y nosotros aprovechamos para glosar su trayectoria y compromiso con la historia de su generación, la que salió derrotada de la Guerra Civil. Su trabajo como primer archivero de la memoria vasca y el legado que recogimos de él en casa de José Ramón Olazabal en 1998 para fundar la Asociación Sancho de Beurko Elkartea. Hoy, cuando comienza la primavera de 2019, tenemos la suficiente perspectiva como para ver toda esta trayectoria que ya lleva más de sesenta años de continuidad, y aprovechamos para lanzar a los cuatro vientos una serie de cuestiones que proponemos para reflexión de nuestros lectores y amigos, más que nada para que tengan la información suficiente para hacerse su propia opinión en un momento en el que todo está influenciado por la corriente llamada memorialística. Rogamos, por favor, respeto a todos aquellos que quieran participar, reservándonos el derecho de borrar aquellos comentarios que caigan en descalificaciones
A partir de 1998 conseguimos asentar el término de milicianos y gudaris para nombrar a los combatientes en virtud de su militancia política, atendiendo a criterios más en consonancia con el modo de pensar de aquella generación de vascos; hoy, 20 años después, casi todo el mundo habla del Eusko Gudarostea como si fuese el Ejército Vasco o el Ejército de Euzkadi (no es lo mismo), simplificando una cuestión en la que las organizaciones políticas o sindicales vascas que organizaron batallones de milicias en 1936-1937 parecen hacer seguidismo de la corriente memorialística, renunciando a reivindicar su propio protagonismo en la construcción del relato histórico.
En 2008 promovimos el primer estudio de fotificaciones militares de la Guerra Civil en Euskadi, realizando para la dirección de patrimonio el inventario del Cinturón de Hierro que, a pesar de tener algunas inexactitudes (no somos perfectos ni lo pretendemos), ha constituido la base de la protección de la que hoy en día disfruta. No hacíamos más que seguir el trabajo que Luis quiso comenzar y no pudo. Antes de eso no había nada.
A partir de 2015, y sin abandonar el trabajo de documentación de los frentes vascos en el que hoy seguimos inmersos, derivamos hacia la memoria de los vascos en la Segunda Guerra Mundial (Fighting Basques Project). Durante más de sesenta años historiadores y periodistas han amplificado la historia del supuesto uso del euskera en la batalla del Guadalcanal como lenguaje codificado sin cuestionar si aquellos hijos de pastores de Idaho, Nevada o California que hablaban euskera, eran vascos o no. Hoy, cuando nuestros compañeros Pedro J. Oiarzabal y Guillermo Tabernilla han deconstruido este mito de carácter épico (Saibigain, primavera de 2017), surgen voces cuestionando la vasquidad de la gente de la diáspora, como si alguien pudiese decirles como se tienen que sentir. Un planteamiento absolutamente ridículo que solo puede tener alcance a través de las redes sociales.
Podríamos seguir con muchas más cosas, pero no queremos cansar a nuestros lectores, ya que el objetivo último de esta entrada es transmitirles que no renunciamos ni renunciaremos jamás a nuestro espíritu crítico para ofrecerles, en este y en los demás recursos de la Asociación, verdaderos materiales de cultura vasca, más allá de modas y corrientes, sean revisionistas o no, en el convencimiento de que, como creía Luis, cada testimonio perdido es una pieza menos del puzzle que conforma nuestra memoria colectiva, tanto más rica cuanto mayor es la diversidad.